El testigo de los dioses
Son
las seis de la mañana, la selva comienza a entonar la sonata de la naturaleza,
las aves entonan junto al viento y el río el despertar del hoy, ayer fue la
lluvia alado de las plantas, el viento y los arboles. Soy un viejo sabio de 52
años, mi ancestro Mo’ol Báalam (Garra Jaguar) fue quien me heredo la habilidad
de conversar con los dioses, dentro de 40 minutos más los hombres harán sonar
los caracoles, seguido de los tambores, todos en armonía con el propósito de
preparar a nuestra aldea, pues hoy desciende el Kukulkán.
El
inicio de esta festividad se realiza en el templo, junto al jefe supremo de
nuestros guerreros llamado Nacom, los sabios debemos tener un ayuno con
abstinencia sexual de 13 días previos. Caminamos hasta nuestro destino,
llevamos con nosotros un perro con propósito de ser sacrificado, nopal para
quemarlo mientras bailamos alrededor de Nacom, y ollas llenas de bebida para
quebrarlas al final de la ceremonia, para que el Kukulkán pueda descender y
tomar la ofrenda de cada año, quedándonos los sabios a rezar durante cinco días
continuos en agradecimiento por otorgarnos el mensaje.
Nuestra
aldea se queda renovando los utensilios del hogar, después de ello, las mujeres
comienzan a preparar a los niños con ejercicios básicos del oficio del padre,
al finalizar, rezan a Ixchel para concebir a los hijos que se aproximen y les
de la fortaleza de poder traerlos con bien a su aldea.
En
nuestro regreso, se tiene un banquete con bebida preparado, es de noche y la
fogata esta encendida, todos se muestran ansiosos alegres, esperando por
nosotros, para dar a conocer el mensaje de este año, el cual, después de muchos
siglos toma similitud con aquel viejo cuento que mi bisabuelo me contaba, dónde
el hombre obtenía sus poderes a través de los animales y el cual, nos llevaría
a terminar con nuestra madre naturaleza.
El
mensaje del Kukulkán fue claro: “Defiende tus tierras de la destrucción,
protege a tus animales, tus plantas y tu aldea, pues la ingratitud de la
avaricia acechara con toda su fuerza a tu alrededor”. Al momento de citar estas
palabras, el silencio humano, dominó la selva, sólo se percibía el fuego y unos
cuantos animales, los sacerdotes de inmediato fueron al templo a descender al
inframundo, a pedir la protección de la comunidad y la fortaleza de nuestros
guerreros, esta noche no hubo celebración alguna, nos fuimos a dormir.
En
la madrugada, el jaguar llamó a mi puerta y se marcho, dejando rastro del punto
a dirigirme, seguí el camino y allí se encontraba, observando a los monstruos
de metal llegando, observando la nueva guerra que se avecina por la
conservación de nuestras tierras.
Xa’ak
Báalam
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